Basado en “Cuestión de estatus” de Jaume Soler y Mª Mercè Conangla
Hace muchos, muchos, años unos ingenieros norteamericanos diseñaron un enorme barco pesquero con más capacidad y autonomía para la navegación que cualquiera de los barcos que el ser humano había construido hasta entonces. El Gobierno norteamericano no tardó en anunciar a bombo y platillo que aquel invento permitiría mejorar sustancialmente el abastecimiento de pescado en los mercados, reducir los precios y acabar con la escasez de alimento que sufrían algunas zonas empobrecidas del país. La botadura del barco se llevó a cabo por el presidente de la nación, que tras romper la botella de champagne de rigor, lo bautizó con el nombre de “Esperanza del pueblo”.
La población de Nueva York acudió en masa al puerto a contemplar aquel milagro de la técnica que acabaría con la hambruna de los sectores más desfavorecidos de la ciudad. El muelle estaba repleto de hombres harapientos con gorra y de mujeres famélicas con enagua que se abrazaban ilusionados ante el próximo fin de sus desdichas. En el instante de la partida del barco, una marea de pañuelos blancos cubrió por completo el muelle, mientras miles de gargantas a una sola voz se alzaban por encima del estruendo de los motores para despedirse con un sonoro:
- Adiós “Esperanza del pueblo”, vuelve pronto y trae mucho pescado para nosotros.
Pero entre toda la multitud entusiasmada que abarrotaba el puerto había una mujer que no despedía al barco con el pañuelo ni se mostraba esperanzada. En sus brazos cargaba un bebé de unas pocas semanas. La mujer lloraba desconsolada por qué en aquel barco iba su marido y a su vez, el marido, lloraba amargamente en la cubierta del “Esperanza del pueblo” por tener que abandonar a su mujer e hijo recién nacido para buscar el sustento de la familia.
El navío salió del puerto de Nueva York a la hora prevista, y cuentan que cuando el imponente barco pesquero pasó frente a la Estatua de la Libertad, a su lado ésta parecía un simple muñeco de trapo.
El célebre Capitán Jack Espárrago comandaba la expedición. Aquel marinero con más de 50 años de experiencia a sus espaldas, tenía los ojos tan azules como el mar y su pelo era tan blanco como su uniforme de capitán. La ruta que el Capitán Espárrago había trazado les llevaría a atravesar el Paso de los vientos, entre Cuba y Haití, para pescar durante 2 semanas en aguas del Mar Caribe. Y a continuación, una vez repletas de pescado las bodegas del barco, repostarían combustible en el Puerto de Maracaibo antes de regresar a Nueva York.
El primer día de viaje transcurrió sin ningún contratiempo. El “Esperanza del pueblo” era una perfecta máquina de navegación que funcionaba con la eficacia de un reloj suizo. Todos los miembros de la tripulación tenían claras sus funciones y las cumplían con profesionalidad y armonía. El equipo de redes, revisaba las redes de pesca para evitar que hubiera algún agujero por donde pudieran escaparse los peces. Los carboneros, que acalorados en el cuarto de calderas parecían sudar tinta china, alimentaban el horno que proporcionaba la energía al motor del barco. El cocinero, un marinero vasco al que apodaban Txurruka, preparaba sabrosa comida para evitar tanto el escorbuto como el desánimo de la tripulación …
Al amanecer del segundo día el cielo se tornó muy oscuro y una terrible tormenta cayó sobre el barco. El mar se embraveció súbitamente, el viento soplaba con fuerza y olas tan altas como rascacielos golpeaban el casco del barco haciéndolo temblar como una hoja seca en un charco. Cualquier otro barco hubiera naufragado en aquella tormenta de proporciones bíblicas, pero aquel no era cualquier barco, aquel era el “Esperanza del pueblo” y estaba diseñado para superar cualquier contratiempo.
Cuando la climatología mejoró, y los rayos de luz rompieron el muro de nubes negras que cubría el cielo, los oficiales de puente se percataron que si bien el barco no había sufrido ningún desperfecto, el sistema de navegación se había dañado por completo.
El Capitán Espárrago, estirado como su apellido, reunió a la tripulación en el salón principal del barco para informar de la situación.
- No debéis preocuparos por éste pequeño contratiempo, llevo toda la vida en alta mar y no necesito el sistema de navegación para orientarme ¡El mar es como mi casa! Exclamó el capitán con aire autosuficiente.
La tripulación volvió a sus puestos con tranquilidad que proporciona saberse guiado por manos expertas. Pero Josué, un muchacho judío tan atrevido como inexperto, se acercó al capitán para decirle, en voz baja, que tenía la impresión que a consecuencia del fuerte temporal se habían desviado de la ruta.
- ¿Insinúas que nos hemos perdido? ¿Por quién me has tomado grumete? ¡Apártate de mi vista inmediatamente si no quieres que te arroje por la borda! Respondió el capitán con la furia de mil tiburones blancos.
El “Esperanza del pueblo” navegó sin más contratiempos hasta que un día se levantó una espesa niebla que dificultaba enormemente la visibilidad. Tan densa era la niebla que envolvía al barco que en cubierta apenas se distinguía la llama de los cigarrillos de los marineros a pocos centímetros. Horas después, un grito rompió el silencio de la noche.
- Luz a estribor, luz a estribor…
Sobresaltado, viendo que la luz venía directa hacia el “Esperanza del pueblo” el Capitán Espárrago ordenó al técnico de señales del barco que le cediera el puesto y a través del reflector de señales comunicó en código Morse el siguiente mensaje:
Sobresaltado, viendo que la luz venía directa hacia el “Esperanza del pueblo” el Capitán Espárrago ordenó al técnico de señales del barco que le cediera el puesto y a través del reflector de señales comunicó en código Morse el siguiente mensaje:
- Vamos a chocar cambien el rumbo.
Y la respuesta en forma de haz de luz que recibió el “Esperanza del pueblo” fue:
- Cambien su rumbo 20 grados a babor.
Molesto, Jack Espárrago volvió a comunicar a través del reflector:
- Soy el capitán, cambien de rumbo. Insisto.
- Yo soy un marinero jubilado, e insisto en que cambien de rumbo o van a chocar.
Completamente indignado ante tal insubordinación el Capitán Espárrago sentenció:
- Soy el Capitán Espárrago del “Esperanza del pueblo” y le ordeno que modifique su ruta inmediatamente.
A lo que la luz, no exenta de cierta guasa puertorriqueña, respondió:
- Me parece perfecto pero yo soy el faro.
J. Dalton
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