viernes, 14 de enero de 2011

Soldadito de pluma


Por mucho que me lo proponía no lograba salir de casa durante el día. Vivía como un vampiro. Aun así tampoco lograba disfrutar de la noche. Me planteé el suicidio. Como siempre, planeaba estratégicamente cada movimiento que hacía en mi vida. Pensé en el barrendero que debiera recoger mi cuerpo, en los bomberos y su fastidiada partida de póquer, en los trasnochadores, en los madrugadores…

No, el suicidio no debía ser mi vía. Dedicar mi tiempo a coleccionar objetos dio cierto sentido a mi vida. Cuando me cansé de los dedales, coleccioné soldaditos de plomo. En un encuentro mundial de operarios de fundiciones conseguí suficiente material de contrabando para hacer mi propio ejército de soldados prusianos. Pero la tentación pudo conmigo, y finalmente lo único que moldeé fue una gran polla de plomo. Como la vida misma, rabo va, rabo viene. Sólo se trata de elegir cuál de ellos se adapta mejor en tu culo. Mi gran polla de plomo, la imagen escultórica de mi presente. Endiosar tu miembro viril puede parecer una actitud infantil e inmadura, pero poder aferrarse a algo placentero que jamás te abandona es algo que ni el dinero ni la religión pueden igualar.

Pensé durante años en toda esta historia. Aquello me condujo a romper mi carné del Betis y buscarme la vida como saltimbanqui circense. Hasta que uno de mis periplos me llevó a conocer al gran guía espiritual Tekochenón. La parafernalia que rodea normalmente a los grandes sabios o guías espirituales me daba arcadas, pero Tekochenón era diferente. Su tez transmitía calma, tranquilidad. Con esa envidiable paz que rezuman los entes más naturales me recibió en su humilde morada. Su sonrisa me acogió con la misma naturalidad que sus sábanas. No necesitamos demasiadas palabras, la conexión no fue sólo algo físico. Desde entonces ya nunca más coleccioné desengaños.

Mi vida era un enmarañado matojo hasta que abrí mi tercer ojo.


Lluvia Ácida

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